Esto pasó el 22 de mayo de 1810. Tomado del Diario de
Buenos Aires 1810 de Roberto L. Elissalde
Mayo 22. Martes. San Pedro
Regalado.
Desde la mañana observé una crecida parte de patricios armados
de pistolas y puñales debajo de sus vestidos.
Según pude enterarme, eran los más decididos por la caída del Virrey, y en algún
modo intimidaban con su presencia las entradas a la plaza. Los comandaba el
capitán don Eustoquio Díaz Vélez, uno de los oficiales más audaces y más
adelantados en el alboroto. Según corrió la voz, si la votación les resultaba
adversa, de seguro harían una gritería para conseguir sus ambiciones. No me
olvido que una gritería semejante fue suficiente para darle el 14 de agosto de
1806 la comandancia de armas a Liniers y comenzar la caída de Sobre Monte .
Se celebró el Cabildo Abierto. De los 450 invitados sólo asistimos 251
vecinos y en él se decidió la suerte de Cisneros . Parece que muchos no
concurrieron por temor a las violencias que podían suscitarse en el ingreso,
pero es más probable que no viniesen por no querer complicarse en asuntos
enojosos. Lo cierto es que el número de españoles fue menor al de americanos,
quizás porque hubo invitaciones que se consiguieron en forma subrepticia para
permitir el acceso de algunos no convidados, como creo haber reconocido en la
reunión. Otros no habrán creído en la importancia del Congreso. Tal ha sido el
caso del notario mayor de la Curia eclesiástica, don Gervasio Antonio de
Posadas, quien dijo no tener la menor idea ni noticia previa de lo que se
tramaba, cosa que personalmente no le puedo creer atento al diario contacto que
tiene con el señor Obispo, que debe estar muy bien informado. Recibió don
Gervasio la invitación para hoy, pero se hallaba muy ocupado y entretenido en
las actas del concurso a la vacante de la silla magistral de esta iglesia, por
lo que encontró una excusa perfecta para no concurrir .
Los invitados se
ubicaron en la extensa galería superior; en el extremo norte se ubicó el estrado
y desde allí hasta el extremo sur, los bancos y escaños que se pudieron reunir
de la Catedral y las iglesias de Santo Domingo, San Francisco y La Merced, más
algunas sillas.
Los concurrentes votaron en público, algunos dicen que a
quienes votaban a favor del señor Cisneros, se les escupía, cosa que no vi,
aunque sí se les mofaba, hasta el extremo de haber insultado al Obispo y gritado
“chivato” al prefecto de los betlemitas; y al subinspector de artillería don
Francisco de Orduña lo trataron de loco . No sé si eran tantos los americanos,
pero fueron visibles muchos al pie de los balcones y gritaban, aplaudían,
comentaban, protestaban, según fuera el destino de los votos, cosa que se
enteraban porque alguno de los del recinto les hacía señas desde el balcón
lateral de la casa capitular.
Apenas abierta la sesión con gran expectativa,
el primero en emitir su voto fue el señor Obispo. Ocupó un estrado principal,
rodeado por sus acólitos; uno sostenía su mitra; los otros, los gruesos
volúmenes encuadernados en pergamino de las Leyes de Indias y otros textos con
los que pensaba hundir a sus adversarios. A pesar de su ropaje, más se parecía
al militar que había sido, preparado para un combate. El entrecejo fruncido de
Castelli, Belgrano y Chiclana, que lo miraban fijamente, hacía pensar que el
volcán estaba pronto a estallar. Y monseñor peroró largo, según es su costumbre
en cuanta plática o sermón pronuncie; parece que le gusta que lo oigan y quizás
oírse a sí mismo, y desgraciadamente no posee la gracia del don de lenguas del
que habla San Pablo. En medio de un profundo silencio se puso de pie y comenzó
su discurso; podía notarse que su malhumor era mayor que en otras oportunidades,
aunque con voz trémula, como si estuviese intentando contener su carácter
natural. Entre otras cosas manifestó con modales y palabras agresivas que era un
desacato insolente negarle a la ciudad de Cádiz imponerle un gobierno general a
las Indias, que desconocer la Regencia que allí se había erigido era un crimen
de alta traición, y lo que más irritó fue el hecho de sostener que mientras que
un solo español peninsular existiera en estas tierras, a él le correspondía el
gobierno en nombre de S.M. Las palabras de Su Ilustrísima exacerbaron a los
complotados y los partidarios del Virrey lamentaban haberle elegido para iniciar
el acto; conociendo la vehemencia y poco tacto del señor Obispo es lo primero
que debieron advertir.
La posición contraria fue sostenida por el señor
Castelli, quizás por encargo de la facción de los complotados, aunque le costó
al principio hacerse oír. Dio una serie de opiniones que, como no soy ducho en
leyes, no sé qué fundamentación tendrían, pero que concluían en la proposición
de que, ausente del trono S.M. y disuelta la Suprema Junta que en su nombre
gobernaba, la soberanía había recaído en los pueblos de estos dominios, para
suplir la autoridad hasta tanto se restableciese el poder legítimo. Su voto fue,
pues, por declarar cesado al Virrey y nombrar una Junta en Buenos Aires.
El
fiscal don Manuel Genaro Villota, hombre de altas prendas morales, sujeto de
conocimientos y bastante capaz, sumante respetado por los jóvenes legistas que
desean el cambio; tomó la palabra y concedió a Castelli la verdad de su
proposición en cuanto a la soberanía; pero le negó que el pueblo porteño solo
tuviera ese derecho; que no era él más que uno de los muchos del Virreinato, de
modo que después de escuchados todos y en vista de su conformidad, podría
formarse legítimamente ese gobierno. Esta ajustada contestación desconcertó a
Castelli, pero uno de los concurrentes, el influyente don Antonio José de
Escalada, al ver su perplejidad incitó al doctor Juan José Paso a que rebatiera
al fiscal. Paso era auxiliar de Villota, y conforme a su carácter de moderación,
no había sido hasta allí más que un mero espectador . Las palabras del doctor
Paso fueron aplaudidas por la multitud encabezada por Terrada, del batallón de
Granaderos, quien afirmó que con estas palabras estaba definida la “suerte de
Buenos Aires” .
Al caer el sol seguía la sesión, por lo que se buscaron
velas para los faroles que iluminan los corredores, las escaleras y demás
habitaciones de la casa; también se sirvió algún vino de Málaga y generoso para
seguir el trabajo, más algunos bizcochos como para engañar el estómago. Algunos
como la cosa iba para largo se retiraron y no emitieron su voto, mientras tanto
como la cosa venía mal, don José Martín de Zuleta partidario acérrimo del virrey
protestaba para concurrieran a votar más de doscientos vecinos de primer orden
que faltaban. Una de las fórmulas más votadas, que solicitaba se delegara el
mando en el Cabildo, fue la de Saavedra, que junto con algunos otros agregados
reunió, según conté en la reunión, 87 voluntades.
A pesar del movimiento en
el Cabildo, el día fue muy tranquilo en la ciudad. En los corrales de Santo
Domingo ingresaron 268 vacunos remitidos por los matarifes Bernardino Gutiérrez,
José Preciado y Francisco Maciel . También se vendieron en pública almoneda seis
pinturas sobre cobre con marco de cristal, que representan a Santa Teresa, el
Salvador, Santiago el menor, la Asunción de la Virgen, el Ángel Custodio y San
Antonio de Padua, al cura vicario de Montevideo don Juan José Ortiz .
El
pulpero don Pedro García Díaz abonó hoy el impuesto por los 64 barriles de vino
que introdujo de Mendoza .