SAN MARTIN, GOBERNADOR INTENDENTE DE CUYO

Esta semana en que el IAEF celebra su 35ª convención anual, casualmente se conmemora el bicentenario de la llegada del entonces coronel don José de San Martín a la ciudad de Mendoza, para hacerse cargo de la gobernación de la provincia de Cuyo. Una nueva circunstancia para asociar episodios de nuestro pasado que sirven para proyectarnos al futuro, ya que la entidad ofrece como presente esa réplica de la moneda de la Asamblea del Año XIII con esas estupendas palabras “Unión” y “Libertad”.

Y digno es de destacar en todos los tiempos el plan económico y financiero del Libertador para solucionar las graves crisis de su tiempo. Comprendía su gobierno de Cuyo las jurisdicciones de Mendoza, San Juan y San Luis, según el censo de 1812 con una población de 13.318, 12.979 y 16.837 habitantes respectivamente, en una superficie de 312.700 kilómetros cuadrados. La ciudad de Mendoza en su casco urbano apenas contaba con 5.478 habitantes, de los cuales 2.529 eran americanos, 90 españoles peninsulares, 11 extranjeros, 548 indígenas, 2.200 negros y 109 religiosos.

Su llegada fue recibida con alborozo por los vecinos esperanzados, según las crónicas de Damián Hudson y los posteriores estudios de Julio César Raffo de la Reta y Edmundo Correas. Pero a poco de su arribo las tropas españolas derrotaron el 2 de octubre a los patriotas chilenos en Rancagua con lo que comenzó el éxodo de los vencidos. Esto aumentó aún más la difícil situación de la economía regional, con un mercado trasandino cerrado para la venta de sus famosos “caldos” como se llamaba a los vinos y otros productos de la tierra.
Esto lo obligó a implantar contribuciones extraordinarias, pero también  su honradez administrativa le granjeó simpatías naturales y contó la lealtad del pueblo cuyano. Pero esta tarea no la hizo solo, contó con tres destacados colaboradores, sus tenientes de gobernador en las provincias de San Juan, don José Ignacio de la Roza, de San Luis don Vicente Dupuy,  y durante su última época en Mendoza a don Toribio de Luzuriaga. Pero sin duda lo que no se debe expresar claramente, es que a pesar de las necesidades del momento, de los gravámenes a que debió someter al pueblo; el gobernador les dejó las herramientas necesarias para avanzar en tiempos de paz, la que lamentablemente tardaría muchos años en llegar por las guerras civiles.
Las ventajas de la región las tuvo muy en cuenta lo el gobernador que como bien afirma Raffo de la Reta: “su acción maravillosa, sacando de la pobreza cuyana, y de su escasez, los grandes recursos –con relación al medio de la época-, que necesitaba para la organización de su ejército, adquiere casi los contornos de la leyenda”. Y nosotros agregaríamos que sin sumirla en la miseria extrema, les dio los elementos para solucionar las tremendas urgencias de ese presente y la prosperidad futura.
Poco antes de partir a su campaña emancipadora San Martín elogió a los mendocinos diciendo ser “testigo de la generosidad imponderable de este pueblo honorable y virtuoso, que no sólo ha brindad fraternal y generosa hospitalidad a tres mil emigrados chilenos, colmándoles de atenciones en su desgracia, sino que ha franqueado sin esfuerzo, espontáneamente, los inmensos auxilios que se necesitan para el Ejército Libertador”.
Renunció en su modestia a una casa que le habían ofrecido para alojarse, la que después de mucha insistencia aceptó; donó la mitad de su sueldo y cuando fue beneficiado con una chacra en las afueras de la ciudad,  la tercera parte de su producido lo dono para el fomento del Hospital de Mujeres de Mendoza y para que se abonara un vacunador, que liberara los pobladores de los estragos de la viruela.
Por si esto fuera poco, merece destacarse en la intimidad familiar este tiempo, como más largo que vivió con su mujer doña Remedios de Escalada, que dio como fruto a su hija Mercedes, “la infanta mendocina” cuyos restos reposan en esta ciudad.
Años más tarde desde Europa señalaba el de volver a estas tierras cuyanas. Quien dice San Martín, también dice Mendoza, el punto de partida de su epopeya continental, algo así como la Belén mística de nuestra patria, encuentro solidario de un pueblo con su gobernante, cuyo esfuerzo mancomunado marcó el comienzo de la epopeya de la libertad americana.

 Roberto L. Elissalde*


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