Víctima de una complicación bacteriana murió ayer, a los 74 años, en Buenos Aires,Rogelio Polesello. Artista necesario, inconfundible en su obra y en su presencia, marcó la abstracción geométrica en la Argentina desde mediados del siglo pasado.
Se formó en la Escuela Manuel Belgrano y se graduó de profesor de dibujo, grabado y escultura en la Prilidiano Pueyrredón.
Sin embargo, hizo sus primeras armas profesionales en una agencia de publicidad, cuando era casi un chico, y, hay que decirlo, esa experiencia marcaría a fuego su manera de conectarse con la gente y de abrir el horizonte del arte y de su obra a otros públicos.
Se formó en la Escuela Manuel Belgrano y se graduó de profesor de dibujo, grabado y escultura en la Prilidiano Pueyrredón.
Sin embargo, hizo sus primeras armas profesionales en una agencia de publicidad, cuando era casi un chico, y, hay que decirlo, esa experiencia marcaría a fuego su manera de conectarse con la gente y de abrir el horizonte del arte y de su obra a otros públicos.
Nacido en esta ciudad el 26 de julio de 1939, fue uno de los muchachos de la generación del Di Tella. Un pionero en la elección del soporte cuando la industria nacional ponía sobre la mesa del artista materiales inesperados como el plexiglás y el acrílico.
Desde sus tempranas puertas de acrílico, asociadas por él mismo con los juegos infantiles de la mirada a través de un monóculo de vidrio, demostró una innata capacidad para experimentar con materiales inéditos y para recorrer los caminos del arte siguiendo su propia hoja de ruta.
En los últimos años, la revalorización de la abstracción y del arte óptico, a partir del furor internacional de los venezolanos Jesús Soto y Cruz Diez, colocaron sus trabajos de los sesenta en la cima de las aspiraciones del coleccionismo. Los acrílicos estupendos y esa telas monocromáticas definidas por personales grafismos eran celebrados, buscados y cotizados cada vez que reaparecían en muestras y subastas.
"Pole", como lo llamaban los amigos del arte y de la vida, era un tipo vital, lleno de ideas, un hedonista que regalaba a donde fuera generosas dosis de gracia y humor. Tenía planes, siempre tenía planes, para el futuro mediato e inmediato. En la inauguración de arteBA, quizás su ultima salida pública, confió con entusiasmo el proyecto de la retrospectiva de Malba para el año próximo, algo que lo llenaba de lógica ilusión.
Mientras tanto, no se quedaba quieto y seguía produciendo en la espléndida casa taller de Belgrano R que compartía con su ex mujer Naná. Compañera de años, Naná estuvo a su lado cuando las complicaciones de salud se multiplicaron de manera inesperada y lo postraron en una cama.
Polesello y Marta Minujin formaron la dupla imbatible de la popularidad en el escenario del arte argentino. Compartieron siempre esa combinación de histrionismo y genialidad; reconocibles y reconocidos.
Un año atrás, ganó por concurso el proyecto de la escultura de homenaje a los Juegos Olímpicos emplazada hoy en la plaza Barón Pierre de Coubertin, al lado de la embajada de Francia. El día de la inauguración ocupó el estrado, junto al comité olímpico y a las autoridades, envuelto en un foulardvioleta que hacía juego con el color de sus zapatos. Esa estética en el límite de lo posible que lo pintaba de cuerpo entero, era reconocida por el artista como la virtud natural de un leonino.
Sus obras integran, además de numerosas colecciones particulares (se las ingenió para ser la figurita difícil de muchas de ellas), grandes museos, como el Guggenheim de Nueva York, el Tamayo de México, la Colección Rockefeller, nuestro Museo Nacional de Bellas Artes, el Malba, la Colección Kilka de Mendoza y la Cifo de Miami.
Dos veces fue distinguido con el Premio Konex; ganó el Premio de Honor del Salón Nacional de Pintura; los premios Braque y De Ridder, y el del Fondo Nacional de las Artes.
En los años ochenta su producción derivó a las tonalidades pasteles, se volvió muy decorativa, definida por grandes telas pintadas con soplete. Casi como una constante de su carrera y de cada cambio, el éxito también lo acompañó.
Pero será sin duda su aporte al pop art, del que fue pionero, y su adhesión a la abstracción geométrica en la línea marcada por el Arte Concreto y los Madi, su marca registrada en el arte argentino de dos siglos.
De la fragua encendida por Tomás Maldonado salió Rogelio Polesello. En la otra orilla de la figuración que tendría en Berni la figura excluyente del siglo XX. Polesello vivió como quiso y supo ser el mejor promotor de su propia obra. Un maestro. Chau, "Pole", te vamos a extrañar.
Será despedido esta mañana por sus familiares, colegas y admiradores en el Salón Presidente Perón de la Legislatura porteña, desde las 9.
Desde sus tempranas puertas de acrílico, asociadas por él mismo con los juegos infantiles de la mirada a través de un monóculo de vidrio, demostró una innata capacidad para experimentar con materiales inéditos y para recorrer los caminos del arte siguiendo su propia hoja de ruta.
En los últimos años, la revalorización de la abstracción y del arte óptico, a partir del furor internacional de los venezolanos Jesús Soto y Cruz Diez, colocaron sus trabajos de los sesenta en la cima de las aspiraciones del coleccionismo. Los acrílicos estupendos y esa telas monocromáticas definidas por personales grafismos eran celebrados, buscados y cotizados cada vez que reaparecían en muestras y subastas.
"Pole", como lo llamaban los amigos del arte y de la vida, era un tipo vital, lleno de ideas, un hedonista que regalaba a donde fuera generosas dosis de gracia y humor. Tenía planes, siempre tenía planes, para el futuro mediato e inmediato. En la inauguración de arteBA, quizás su ultima salida pública, confió con entusiasmo el proyecto de la retrospectiva de Malba para el año próximo, algo que lo llenaba de lógica ilusión.
Mientras tanto, no se quedaba quieto y seguía produciendo en la espléndida casa taller de Belgrano R que compartía con su ex mujer Naná. Compañera de años, Naná estuvo a su lado cuando las complicaciones de salud se multiplicaron de manera inesperada y lo postraron en una cama.
Polesello y Marta Minujin formaron la dupla imbatible de la popularidad en el escenario del arte argentino. Compartieron siempre esa combinación de histrionismo y genialidad; reconocibles y reconocidos.
Un año atrás, ganó por concurso el proyecto de la escultura de homenaje a los Juegos Olímpicos emplazada hoy en la plaza Barón Pierre de Coubertin, al lado de la embajada de Francia. El día de la inauguración ocupó el estrado, junto al comité olímpico y a las autoridades, envuelto en un foulardvioleta que hacía juego con el color de sus zapatos. Esa estética en el límite de lo posible que lo pintaba de cuerpo entero, era reconocida por el artista como la virtud natural de un leonino.
Sus obras integran, además de numerosas colecciones particulares (se las ingenió para ser la figurita difícil de muchas de ellas), grandes museos, como el Guggenheim de Nueva York, el Tamayo de México, la Colección Rockefeller, nuestro Museo Nacional de Bellas Artes, el Malba, la Colección Kilka de Mendoza y la Cifo de Miami.
Dos veces fue distinguido con el Premio Konex; ganó el Premio de Honor del Salón Nacional de Pintura; los premios Braque y De Ridder, y el del Fondo Nacional de las Artes.
En los años ochenta su producción derivó a las tonalidades pasteles, se volvió muy decorativa, definida por grandes telas pintadas con soplete. Casi como una constante de su carrera y de cada cambio, el éxito también lo acompañó.
Pero será sin duda su aporte al pop art, del que fue pionero, y su adhesión a la abstracción geométrica en la línea marcada por el Arte Concreto y los Madi, su marca registrada en el arte argentino de dos siglos.
De la fragua encendida por Tomás Maldonado salió Rogelio Polesello. En la otra orilla de la figuración que tendría en Berni la figura excluyente del siglo XX. Polesello vivió como quiso y supo ser el mejor promotor de su propia obra. Un maestro. Chau, "Pole", te vamos a extrañar.
Será despedido esta mañana por sus familiares, colegas y admiradores en el Salón Presidente Perón de la Legislatura porteña, desde las 9.
Por Alicia de Arteaga | LA NACION